SEMIOTICIANS

 

LOS BORDES DE LA SEMIÓTICA

MESA REDONDA VIRTUAL

[Desde marzo 2007]

 

DESARROLLOS VIRTUALES


 

 

Los bordes semióticos y la praxis humana.

 

Mgter. Marta Susana López

[Mayo, 2007]

Universidad Nacional del Nordeste

Resistencia – Chaco - Argentina

 

 

1. Los bordes en el objeto semiótico.

La concatenación de definiciones relacionadas con la percepción, la enunciación, los mundos posibles y las semiosis disponibles, presentada en este debate, pareció implicar en principio, la construcción de un modelo semiótico de conocimiento con la forma de un círculo inexorablemente cerrado, inamovible y condenado a la infinita repetición. Es decir, sin tiempo, sin evolución, sin innovaciones, sin historia. En efecto, en apariencia, sólo podríamos percibir-enunciar lo que nos permiten las semiosis socialmente disponibles que, a su vez, son el producto de lo que se percibe-enuncia en una sociedad y tiempo determinados. ¿Cómo concebir entonces las transformaciones?

A mi modo de ver, la aparición de un borde en las semiosis vigentes, es decir, el comienzo del quiebre de este círculo cerrado del que hablamos, sólo parece posible (tanto como necesario) con la aparición del vacío de significación, de la pérdida de diferencias potentes en tales semiosis. Esto es, con la presencia de la negatividad funcionando como impulso para la transformación del modo de percibir y de enunciar el mundo, en tanto automovimiento. Este proceso de devenir dialéctico en el cual se suprimen pero se conservan al mismo tiempo las viejas semiosis es el que trocaría el modelo rígidamente “circular” por el “espiralado hegeliano” al que ha aludido el Prof. Juan Magariños en cierto momento.

 

Ahora bien, a modo de respuesta “dialógica”, luego de la relectura del texto del Prof. Magariños titulado La semiótica de los bordes[1]y, al mismo tiempo, continuando con la temática de la concatenación de las nociones arriba enumeradas desearía compartir algunas observaciones o interpretaciones todas ellas relacionadas con el texto mencionado.

En primer lugar, en el desarrollo de su propuesta (así como en otros textos de Magariños) advierto que está presente en forma permanente el concepto de sistema: “sistema de interpretaciones”, “sistema del pensamiento posible”, “sistema virtual de interpretaciones”, “sistema virtual de posibilidades interpretativas admisibles”, “sistema de racionalidad vigente”, “sistema semántico”. La idea de sistema se refiere a veces al pensamiento individual del sujeto y otras al pensamiento del conjunto social. Entiendo que en el primer caso, se trataría de un sistema internalizado por el individuo. Es decir, de una semiótica como conocimiento de un sujeto social que evoluciona y se desarrolla, según lo que Magariños llama “dialéctica mental o neuronal”. En el segundo, se trataría de una semiótica compartida socialmente, de una semiótica como institución social que cambia históricamente de acuerdo con una “dialéctica cronológica”. Lo cierto es que ambas comparten el carácter de lo sistémico y de lo evolutivo.

No obstante, en relación con lo dicho más arriba y, a la vez, con la afirmación (de índole epistemológica) de que “no le cabe al sujeto una descripción saussureana que lo homologue al estado sincrónico de un sistema, ni como relación diacrónica entre dos estados sincrónicos de un sistema, sino que se constituye como una instancia de tránsito desde un ancestro hacia un sucesor que también son, a su vez, instancias de tránsito”, me surgen ciertas inquietudes de tipo metodológico. El hablante o el usuario de una determinada semiosis constituye (a través de su discurso) el informante ineludible en una investigación de los sistemas semióticos que pueden explicar los fenómenos sociales. ¿Cómo describir y explicar los sistemas semióticos internalizados por los sujetos, en una sociedad y tiempo determinados,  sin la ficción metodológica de la detención instantánea de sus transformaciones, aunque sepamos que de hecho, ellas se están produciendo? Es decir, parece imposible concebir la mente del sujeto informante (en su función de interpretante) sin disponer de sistemas de reglas interpretativas más o menos estables, aunque seamos conscientes de que algunos de sus elementos se hallen “tambaleando” en los bordes. De ahí que me resulte muy difícil imaginar la elusión de alguno de los dos métodos (ficcionales, reitero) saussureanos sincrónico y diacrónico.

Resulta además interesante acotar que lo sincrónico no implica la a-historicidad. La semiótica de Saussure no deja de reconocer la dimensión histórica de la semiosis, aunque adopte la sincronía como enfoque metodológico. Precisamente, cuando Magariños habla del significado como un resultado históricamente situado y no como una sustancia esencial y universal”, recuerdo que tal concepción del significado constituyó una de las rupturas epistemológicas de Saussure en su tiempo, contra la idea de la lengua como “nomenclatura”.

Me parece interesante aquí, recordar una metáfora expresada por la Prof. Gladis Lopreto -citando a otros autores- en el transcurso de debates previos sobre este tema en el Foro de Semioticians: “lo que predomina en la naturaleza y en nuestro medio es la nube, una forma desesperadamente compleja, vaga, cambiante, fluctuante y siempre en movimiento”. A esto desearía responder que estoy de acuerdo en que la complejidad, los cambios y el movimiento forman parte del mundo. Pero es imposible dejar de reconocer que también existen, como contrapartida ineludible para la existencia y la supervivencia de la naturaleza y de la cultura, las regularidades y las relaciones más o menos estables en distintos grados. ¿Cómo reconoceríamos el caos y el movimiento si no tuviéramos también noción de la organización y de la relación estable? ¿Cómo distinguir el campo semántico (lógicamente sistémico) de sus propios bordes? Me parece que lo importante es que en la investigación se tome conciencia de que ambos aspectos son sólo dos perspectivas diferentes -aunque vinculadas- para describir y explicar el objeto. Y, a la vez, son dos determinaciones propias de tal objeto. Quiero decir: podemos adoptar esos dos modos de ver, porque las cualidades del objeto nos lo permiten.

Por ello, ante la pregunta acerca de la necesidad del estudio de los sistemas - estructuras (¿“necesario por qué, a quiénes, con qué objetivos”), yo contestaría que tal estudio es imprescindible para introducirnos precisamente en la complejidad profunda, formal y funcional de un objeto -como una lengua determinada, un relato, una acción social o una determinada “formación discursiva”- aunque sepamos que no agotaremos nunca dicha complejidad, porque las estructuras halladas por los investigadores permiten realizar descripciones, explicaciones y confrontaciones -de índole específica al objeto social- que admitirán indefinidamente sucesivos futuros abordajes.

De hecho, tomando la lingüística como ejemplo, es posible advertir, a lo largo de su historia, una creciente complejización de su objeto a medida que se comprobó que las simplificaciones “chocaban” contra la realidad. Esto es, que se asomaban a los bordes. Y considero que lo mismo ha sucedido con las otras ciencias sociales. La cuestión es saber si es posible un método de investigación social que aborde directamente la complejidad, es decir, suprimiendo algún tipo de “camino” de simplificación y análisis. Yo lo desconozco.

Todo esto me lleva a sostener mi creencia en la ineludible complementariedad epistemológica y metodológica los dos paradigmas (peirceano y saussureano) para abordar la investigación de los procesos de producción, interpretación y transformación, tanto como el estudio de los sistemas. Por ello, ante la pregunta de Magariños:¿En qué tiene que cambiar la semiótica, para seguir siendo [¿o para llegar a ser, de una vez por todas?] un instrumento eficaz para explicar la producción, interpretación y transformación del significado de los fenómenos sociales?, me siento inclinada a enunciar la hipótesis de que la semiótica debe hallar su síntesis metodológica proveniente  de sus distintas vertientes, en particular, las provenientes del pragmatismo de Peirce y de la semiología lingüística de Saussure y sus seguidores. Ello, sin dejar de reconocer la identidad epistemológica de cada una de ellas mediante el enfoque de la semiosis desde sus distintos puntos de vista. Del reconocimiento de la complementariedad de estos enfoques se derivaría un acercamiento decisivo al conocimiento integral del fenómeno semiótico y a la posibilidad de una cierta sistematización más unificada de la disciplina.

      Magariños continúa diciendo: “… la primera tarea de la semiótica, desde el punto de vista lógico, consiste en explicar, no ya el significado de los fenómenos sociales, sino, antes que nada, el proceso de producción, interpretación y transformación de tal o de tales significados”. Observemos que aquí Magariños habla de un “proceso” dinámico.

Inmediatamente, agrega: Así que, por el momento, voy a irme refiriendo, preferentemente, a las condiciones de producción, interpretación y transformación del o de los significados, antes que a las características específicas constitutivas del valor del o de los significados de algún determinado fenómeno social, en su correspondiente sistema semántico”. Aquí Magariños se refiere a “condiciones” en las que se insertarían, a modo de contexto, la producción, la interpretación y la transformación, para posteriormente enfocar sistémicamente el significado de los fenómenos sociales.

En síntesis, la propuesta es explicar los tres procesos semióticos indicados y  sus contextos de aparición y desarrollo. Respecto de los procesos, nos preguntamos: los dos primeros ¿no están contenidos en el tercero? ¿Son concebibles la producción y la interpretación sin que acarreen al mismo tiempo una transformación, tal como se dice respecto del sujeto? ¿No se da aquí una Aufhaben[2], es decir, supresión y conservación de los elementos que se transforman?

            Afirma Magariños que “una  interpretación transformadora habrá de consistir en la producción de otro significado derivado del anterior, que ya no será el mismo y, por tanto, en otra posibilidad de percepción del anterior fenómeno social, que ya no será el mismo.” Pero de acuerdo con lo comentado más arriba respecto  del cambio permanente en el sujeto semiótico, toda interpretación, así como toda producción serían transformadoras. Las dos primeras no serían sino “momentos[3]” de la tercera.

Si esto fuera así ¿no será la transformación una dimensión continua, en cuya investigación lo más difícil sería la decisión –por parte del propio investigador- de cuándo considerarla significativa para explicar la transformación de los fenómenos sociales?

 

2. Los bordes de la semiótica como ciencia.

            En los últimos párrafos de su trabajo, Magariños trata de la existencia de bordes en el mismo discurso de la metodología semiótica relacionado con las metasemióticas icónicas e indiciales. Este tema me provoca también ciertas inquietudes y preguntas.

            Me referiré a la metasemiosis indicial y en particular, a la que se relaciona con los comportamientos. Magariños afirma: “Se necesita una metasemiótica icónica para explicar el proceso de producción de las imágenes y una metasemiótica indicial para explicar el proceso de producción del significado de los objetos  y de los comportamientos. El borde1 está, aquí, constituido por la exigencia de conceptos metodológicos que identifiquen la existencia posible de operaciones coherentes con los fenómenos que se analizan, mediante las cuales se evite la extrapolación de las explicaciones alcanzadas mediante la construcción de textos interpretacionales, realizada exclusivamente por o con predominio del discurso verbal; lenguaje exterior al carácter icónico o indicial del fenómeno en estudio, del cual se advierte ya el carácter inactual e incompleto de la explicación que permite alcanzar, derivándolo, así, en esbozar un borde2, del que las ciencias sociales comienzan a desplazarse”.

            Entiendo que el problema consiste entonces  -en el caso de la semiosis indicial constituida por acciones, esto es, por la praxis humana-, en que el método semiótico carecería de herramientas específicas para su análisis. Y esto sería grave para nuestra ciencia, si se acepta que cierto tipo de acción social ha pasado a ser en la actualidad mundial uno de los modos de semiosis más importantes para aquellos grupos de sujetos que carecen de las posibilidades de llegar a hacerse oír con sólo su discurso verbal, por estar, precisamente, en los límites de sus posibilidades semióticas. Me estoy refiriendo a la protesta social: ayunos, auto-encadenamientos, cortes de rutas y de puentes, ocupación de los espacios públicos, huelgas, etc. Otras acciones de permanente interés son las de los gobiernos de todas partes del mundo y de diversa extracción ideológica, respecto de la frecuente contradicción que mantienen con su discurso verbal. Su otro discurso consiste, precisamente, en semiosis indiciales, constituidas por sus propias medidas políticas y económicas, a través de leyes, decretos y reglamentos. Destaco también, en este sentido, la importancia de la acción económica pública o privada, dada su dramática influencia sobre la vida cotidiana de todos los seres humanos del planeta. Ejemplos de este tipo de semiosis (en las diversas modalidades nombradas) son los que se están produciendo, precisamente, en la Argentina y Uruguay, a raíz de la instalación de la empresa finlandesa Botnia.

De modo que los investigadores que utilizan el método semiótico se ven así limitados en su percepción e interpretación, se encuentran en los bordes de sus posibilidades de análisis, dado que están fundamentalmente entrenados para enfrentar los discursos verbales, apoyados básicamente en instrumentos de una de las metasemióticas: la lingüística.

            Sin embargo, yo quisiera aquí proponer (y esto es lo que puntualmente traigo a la discusión) la revalorización de la metodología semiótica greimasiana para la descripción y explicación de la acción. No como LA solución excluyente de otros métodos creados o por crearse, sino como instrumento complementario y compatible con otros.

            Hemos visto que en los bordes, en los límites, la semiosis es y no-es. Se caracteriza por la falta de diferencias, por la pérdida y ausencia de “determinación y contenido”. Sólo la negatividad es capaz de romper el vacío y crear las diferencias necesarias para avanzar al más allá de una semiosis eficaz. Del mismo modo, según el análisis greimasiano, la acción en los relatos -que puede considerarse paradigma de la acción humana- recibe impulso de la negatividad, esto es, oposición a (y carencia de) lo que el sujeto desea y que le impone límites para la obtención de su objeto. Esta necesidad es la que determina los cambios en una situación determinada, la que crea el movimiento, el devenir, hacia la transposición del límite y hacia las transformaciones que provoquen acciones eficaces.

Como ejemplo de este tipo de cambios, impulsados por la negatividad y el vacío de significación de la semiosis vigente, puedo aportar el que concierne a mi propia experiencia relacionada con la investigación del discurso algodonero, más específicamente, el de los pequeños agricultores argentinos de algodón, disponible recién en los últimos tiempos en forma verbal y también bajo la forma de semiosis piquetera, en momentos en lo que lo verbal pareció –definitivamente- no tener eficacia.

A raíz de una drástica caída de precios en 2005, los minifundistas, los pequeños y medianos productores algodoneros del Chaco argentino encararon una relativamente novedosa tendencia a la auto-organización. Pero pasaron muchos meses durante los cuales sus voces se vieron acalladas o bien no provocaban ninguna respuesta efectiva, más allá de publicitadas reuniones y gestiones del poder político. Durante todo este tiempo fue llamativo el silencio de entidades de los otros eslabones de la cadena de valor algodonera[4].

Entonces se recurrió al corte de rutas, una estrategia de protesta social que –como manifestación semiótica- hasta no hace mucho era privativa de los desocupados marginados económica y socialmente del sistema. Este nuevo significante indicial es llamado en la Argentina “piquete”; sus protagonistas, “piqueteros”. Es interesante observar cómo la extensión semántica del término se va ampliando en cuanto a sus posibles actores y demandas, mientras la nota característica es la de la invasión del espacio público. Por ejemplo, en la capital de la provincia del Chaco, cientos de familias de minifundistas algodoneros aborígenes instalaron durante quince días carpas de polietileno negro en la plaza central, frente a la Casa de Gobierno, exigiendo reparación por la baja del precio del algodón. Según nuestra investigación –análisis de artículos periodísticos y entrevistas a los protagonistas-, estas acciones fueron banalizadas por cierta prensa o directamente ignoradas, negando el significado que los minifundistas pretendían darle a la medida.

Posteriormente, en agosto de 2005 se realizó un encuentro de minifundistas, pequeños y medianos productores cuyo objetivo era elaborar medidas que contribuyeran a paliar sus problemas. En ese momento se percibió con toda intensidad el temor de la posible caída en la marginalidad y en la exclusión. Esta situación se visualizaba como una inminente emigración a las villas urbanas en las que imperan muchas veces la prostitución y la delincuencia como única alternativa. Ese encuentro se llamó muy simbólicamente “El grito algodonero”. Sus mismos organizadores explicaron que una palabra como “foro” -por dar una-, no parecía suficientemente expresiva. Y efectivamente, interpretar esta frase implica advertir que sólo grita aquel que por algún motivo sabe que no lo escucharán fácilmente, pero que al mismo tiempo mantiene una esperanza de que su voz sea oída y su identidad reconocida. Digo esto último porque pienso que, efectivamente, la dimensión semiótica de este fenómeno social es inseparable de la problemática de la falta de reconocimiento de la identidad del productor. Los productores son “masa amorfa” no articulable, no diferenciable, porque su trabajo ya no es valorado económicamente.

            En este lugar de la cadena semio-económica, la marca discursiva es el silencio, la omisión adquiere valor (negativo)  como significado. Hay presencia indicial de los cuerpos en los espacios públicos de rutas y plazas, pero ausencia simbólico /icónica en los medios de difusión,  en las cercanías del poder y en una buena parte de la sociedad.

Advertimos así que mientras el producto final destinado al consumidor es un signo-mercancía hipersemiotizado, el producto primario y esencial a dicha mercancía (tanto como el hombre que lo produce) constituye un no-signo. Esto implica la deshumanización del trabajador / productor, tal como lo sostuviera Marx y como se deduce de lo que afirmara Peirce: “el hombre es signo” (o no existe socialmente).

Traté de describir aquí lo que me parece un ejemplo elocuente de una semiosis en sus bordes. La pérdida de poder semiótico para ciertos grupos no es sino una manifestación más del peligro que corren de caer en el abismo de la marginalidad del sistema. Efectivamente, ellos están casi en los márgenes de la subsistencia económica y social, así como la semiosis de la que disponen está en los bordes. Ambos términos –margen y borde- son correlativos, el primero para referirse al límite de la vida y de la praxis de los sujetos, el segundo, para referirse a los límites de la semiosis que los integran.

A modo de síntesis -según este caso de investigación- considero que es posible reconocer en él los siguientes elementos atribuibles a una “semiótica de los bordes”:

A.     Condiciones de producción:

a.      Dispersión o falta de cohesión grupal entre los sujetos afectados por un determinado fenómeno social.

b.      Consecuente debilidad institucional.

c.       Por ende, mínima eficacia en la producción de su semiosis simbólica.

B.     Condiciones de interpretación:

a.      Silencio por parte de “interpretantes” claves. En este caso: otros grupos miembros de la cadena económica; organismos y funcionarios del Estado Nacional y del Estado Provincial.  

b.      En consecuencia, desconfirmación[5] y falta de reconocimiento de la identidad de los grupos o estamentos más débiles.

c.       En otros casos, manipulación discursiva en condiciones de “doble vínculo”[6].

C.     Condiciones de transformación

a.      Carencias provocadas por factores económicos.

b.      Miedo a la marginalidad y a la exclusión socioeconómicas.

c.       Intensificación y cambio en la semiosis simbólica. Por ejemplo, el uso de la expresión “grito algodonero” en el marco de encuentros grupales.

d.     Recurso a otros tipos de semiosis. En este caso, la indicial, que implicó intentar la comunicación semiótica invadiendo el espacio público (un lugar que estos sujetos, por supuesto, no sintieron como propio[7]), poniendo en juego –y hasta en riesgo- el propio cuerpo para ser vistos, para ser escuchados; en fin, para ser confirmados.

            Vemos así ilustrado empíricamente lo expresado al comienzo de este trabajo: el debilitamiento de la eficacia de la semiosis en los bordes, el vacío de significación para sus interpretantes, la aparición de la negatividad que impulsa un nuevo automovimiento, una nueva semiosis (que a su vez, no tardará en transformarse).         

Advertimos así cómo la ruptura del “círculo semiótico” al que yo aludía más arriba no sólo es posible en manos de un artista o filósofo revolucionarios, como se ha dicho en algún momento de los debates previos. Más bien parece que el devenir semiótico proviene - frecuente y naturalmente- de las necesidades que se originan en la praxis humana. Así también, las transformaciones en esta praxis pueden recibir su impulso a partir de las necesidades creadas por semióticas deliberadamente construidas a ese efecto; por ejemplo, la publicidad, de acuerdo con lo dicho por Antonio Caro durante el debate.

Volviendo a los bordes de la metasemiótica, puede afirmarse que la semiótica greimasiana ha llegado a constituirse en una verdadera semiótica de la acción humana. Mi pensamiento respecto de este sistema teórico, también llamado neohjelmsleviano, se ha visto influido por Herman Parret, Paul Ricoeur y Juan Samaja, entre otros. H. Parret[8] propone, la homologación de la semiótica y de la pragmática a través de una cierta complementariedad entre la semiótica peirceana (de por sí pragmática) y la neohjelmsleviana, caracterizada esta última con potenciales determinaciones pragmáticas.

P. Ricoeur[9], por su parte,  dice: “lo que, en el fondo, siempre me interesó más, en el análisis semiótico o semántico de los textos, es el carácter paradigmático de su forma relacionado con la estructuración del campo práctico donde los hombres aparecen como agentes o pacientes.” Ricoeur tiende, a partir de esta afirmación una línea conductora que parte del texto a la acción, basándose en la mímesis como conexión entre el acto de decir (o de leer) y el actuar “real”. Propone así al texto como modelo de acción y, a la vez, a toda acción significativa como un texto. Esta acción o texto es explicable desde la semiótica estructural y, al mismo tiempo, interpretable desde la semiótica peirceana.

Por su parte, J. Samaja[10] afirma que “la Semiótica Narrativa contiene un potencial metodológico considerable y resulta deseable explorar sus aplicaciones posibles (…) particularmente al campo de la Epistemología y de la Metodología General”.  

Para finalizar, y en relación con mi propuesta, cito a Hegel[11]: “… el avanzar desde lo que constituye el comienzo, debe ser considerado sólo como una determinación ulterior del mismo comienzo, de modo que aquello con que se comienza continúa como fundamento de todo lo que sigue, y del cual no desaparece. El avanzar no consiste en que se deduce algo distinto, o que se traspasa a algo verdaderamente distinto” por el cual lo anterior queda eliminado; “…la línea del movimiento científico progresivo toma, por consiguiente, la forma de un círculo.”

            Yo diría –como lo hice al inicio de este trabajo-, de acuerdo con Juan Magariños y con Edgar Morin, que dicha línea toma más bien la forma de una espiral o bucle[12]. Esto es aplicable tanto al objeto de la semiótica, como a la semiótica como objeto cuando se aborda a sí misma en función auto-crítica. En este último ámbito, atisbo como bordes epistemológicos y metodológicos, la permanencia de la dualidad de paradigmas considerados incompatibles, cuando en realidad debieran ser vistos como complementarios. Si no fuera así –y recurriendo a mecanismos argumentativos ya empleados más arriba- ¿cómo percibiríamos los procesos y las transformaciones si no fuéramos capaces de percibir la organización y la estabilidad relativa de los sistemas?

 

 

 

 

 

 

 

 

BIBLIOGRAFÍA

(Correspondiente a citas textuales)

 

BATESON, G.

Pasos hacia una ecología de la mente. Planeta. Buenos Aires, 1991.

HEGEL, G.W.F.

Ciencia de la Lógica I. Hachette. Buenos Aires, 1956.

MAGARIÑOS DE MORENTIN, JM.

            La semiótica de los bordes. http://www.centro-de-semiotica.com.ar/ .

MORIN, E.

            El método I. La naturaleza de la naturaleza. Cátedra. Madrid, 1986.

RICOEUR, P.

                Del texto a la acción. Fondo de Cultura Económica. Buenos Aires, 2000.

SAMAJA, J.

            Semiótica y dialéctica. JVE. Buenos Aires, 2000.

WATZLAWICK, P.  y otros.

             Teoría de la Comunicación Humana. Herder. Barcelona, 1989.

 

 

           

           

 

 

 


 

[1] http://www.centro-de-semiotica.com.ar/ .

 

[2] En el sentido hegeliano.

[3] En el sentido hegeliano.

[4] Llamamos cadena de valor a la serie de instancias o etapas por las que se desplaza un producto desde su fuente primaria hasta su compra por parte del consumidor final

[5] 'En la sociedad humana, en todos sus niveles, las personas se confirman unas a otras de modo práctico, en mayor o menor medida, en sus cualidades y capacidades personales, y una sociedad puede considerarse humana en la medida en que sus miembros se confirman entre sí[...]. Watzlawick, P. (1989;86).

[6] En el sentido de Bateson, G. 1991.

[7] Por esta razón, estas acciones  repugnaron a muchos de los involucrados en ella.

 

[8] En Parret H. 1993.

[9] En Ricoeur P. (2000. Pág.12)

[10] En Semiótica y dialéctica.  (2000. Pág. 135)

[11] En Hegel (1956; Pp. 92-93)

[12] “(…) la idea de bucle no es una idea mórfica, es una idea de circulación, circuito, rotación, procesos retroactivos que aseguran la existencia y la constancia de la forma. (…) es un proceso clave de organización activa, a la vez genésico, genérico y generador (de existencia, de organización, de autonomía, de energía motriz) (…). Las interacciones se vuelven retroactivas, secuencias divergentes o antagonistas dan nacimiento a un ser nuevo, activo, que continuará su existencia en y por el buclaje. El bucle retroactivo hace circulares los procesos irreversibles (…). El buclaje es (…) la constitución permanentemente renovada de una totalidad sistémica (…) la noción de bucle es mucho más que retroactiva: es recursiva”. La cual “significa lógicamente producción-de-sí y re-generación. Es el fundamento lógico de la generatividad.” (Morin, E., 1986, pp. 214-6)